Autor: Marcos Sastre. Nacido
en Montevideo 2 de octubre de 1808 y
fallecido en Buenos Aires el 15 de febrero de 1887.
Era una hermosa tarde de verano, en uno de los arroyos
más frondosos de nuestro Tempe, donde todavía la naturaleza no había sido
despojada de sus inimitables atavíos. El río rebosaba, precipitándose por los
arroyuelos a refrescar el seno de las islas. Los árboles con sus frutos y las
lianas con sus flores, vivamente retratados en el agua, añadían a la natural
belleza del arroyo el nuevo atractivo que se encuentra siempre en la armonía de
las formas gemelas.
¡Qué banquete tan espléndido el que la naturaleza
ofrecía a todos los vivientes, en aquellas frutas delicadas, de las más
apetecidas en todo el mundo, derramadas allí con profusión!
Bosques interminables de durazneros silvestres orillan
los canales, encorvándose hasta el agua, cargados de melocotones maduros que no
ceden en tamaño, en sabor, en fragancia ni en colorido, a las más peregrinas
variedades obtenidas por el cultivo.
Los costeros, los carapachayos, y todos los que viven
o se ocupan en las islas, hombres, mujeres y niños, en fin, todos los que
tienen una pequeña barca, todos suspenden sus habituales trabajos, para
aprovecharse de esta cosecha
gratuita e inagotable. Se emplean millares de embarcaciones en el transporte de
los duraznos a los pueblos de las costas del Plata, del Paraná y del Uruguay.
Durante los dos meses de la temporada de la fruta el canal de la villa de San
Fernando se convierte en una feria incesante, donde día por día entran
numerosos cargamentos de duraznos, y salen centenares de carretas y carros que
llevan a granel la sazonada fruta para la ciudad de Buenos Aires y toda la
campaña. Y a pesar de este inmenso consumo, suele ser tan excesiva la
abundancia, que a veces, en el puerto no vale más de medio peso fuerte toda la
cantidad de melocotones que puede cargar un hombre.
También nosotros habíamos escogido algunos de los más
hermosos en los duraznales del Tempe Argentino y tratábamos de regresar,
aprovechando la bajante y la frescura de la noche. Al ponerse el sol emprendimos nuestra marcha. Liviana la
canoa, y diestro el remero, pronto empezamos a dejar atrás todos los barcos que
cargados de fruta, de borda a borda, se dirigían al canal como nosotros.
El escritor
Marcos Sastre retrataba magistralmente, en su libro el Tempe Argentino a las
islas del Delta del Paraná.
Hoy a muchos
años de distancia, ya las lanchas no navegan cargadas de perfumadas frutas n en
sus ríos los bagres, bogas, pacues y alguno que otro doradillo no pueblen sus
ríos y arroyos.
El llamado
popularmente Tigre cambió en muchísimos casos para bien pero en otros no tanto.
Es un Tigre for sport, paquete, ya no están los isleños que colonizaron el lugar,
desaparecieron la mayorías de los campos de recreo para dar lugar a lujosas
hosterías.
Pero aún se
conserva ese misterio del atardecer isleño, con su calma imperante, que da
lugar a la reflexión tranquila y serena que no es posible en otros lares. Aún
se conserva intacta la esperanza que en el viejo canal las lanchas y canoas
vuelvan a llevar la hermosa y vital fruta isleña hoy perdida en la niebla del
olvido.
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