jueves, 10 de noviembre de 2011

La tapera del viejo Vale



Hace mucho tiempo, cuando éramos chicos, mis amigos y yo mirábamos con temor y admiración la casa del viejo Vale, porque para nosotros ya era viejo aunque no lo era.
Sabíamos lo que escuchábamos de nuestros viejos e imaginábamos con lo que veíamos. Eran otros tiempos, no había televisión y recién alguna radio hacia escuchar su voz, los pocos libros o revistas  de aventuras que llegaban a nuestras manos nos excitaba el pensamiento.
Ni luz eléctrica teníamos!!!!!, el farol Sol de Noche era el rey, luego los farolitos carreros y por ultimo las velas. La sudestada se hacía sentir con sus inundaciones, la incertidumbre, el miedo pero también la tranquilidad infantil de saber que el viejo Vale pasaría de un momento a otro con su bote para ver si necesitábamos algo.
Un gaucho de río. En vez de caballo, el bote. En vez de criollo, genoves. El brazo tatuado con el rostro de una mujer hermosa, con una gran capelina y una flor inmensa en el escote del vestido.
Dicen que fue el amor de su vida. Su único recuerdo de la Italia que dejó de joven. Su amor imposible o tal vez su madre, no lo sabemos, nunca le preguntamos.
Sabía de todo, del río, del sol, de la luna. Del viento, de los peces, de las aves y siempre sonreía, una sonrisa desdentada pero encantadora, tranquilizadora.
La reunión de los sábados en lo del gallego Vázquez, después de cenar. Meta truco y escoba de quince y alguna ginebra que despaciosamente iba desapareciendo.
Un buen día, la luz eléctrica hizo su aparición triunfal y quiso el destino que junto a la llegada de esta, mi viejo decidiera vender la casa isleña y nos fuimos para no volver.
Dejábamos atrás un pedazo grande de nuestras vidas, quizás el más lindo.
Cuarenta años después el niño de entonces volvió para cerrar el capitulo de su vida que aun permanecía abierto. El Tigre ya no era el mismo. La vieja estación de tren estaba convertida en la oficina de ventas de pasajes de la lancha interisleña, la única que quedó.
El viejo embarcadero estaba convertido en Miami, solo el olor del agua contaminada conservaba aún el recuerdo de la infancia. Subí a la lancha y emprendí el regreso a casa, como si mis viejos me esperaran, como si vería de nuevo a los vecinos.
Al cabo de un buen rato, que se me hizo mas largo por la ansiedad, llegue al muelle, allí estaba, Los Palcos, pero yo notaba algo extraño, le habían añadido cerca de 3 metros mas, pues las lanchas ya no podían atracar en el viejo muelle.
Los juncos que estaban a la izquierda del mismo ahora estaban a la derecha, la confusión se apodero de mi, me sentía mareado. La alegría del reencuentro se trastocó en desilusión.
El marinero de la lancha luego de golpear por dos veces, como es costumbre para avisarle al capitán de que ya estábamos cerca de la escalera, estiro su brazo para ayudarme a bajar.
Le di las gracias pero no se la tomé, que se creía!! que era de la ciudad, si el aún no había nacido y yo ya era un veterano de las islas. Pero el salto me dejó mal parado aunque lo disimile, los años no pasaban en vano.
De todas maneras, me encaminé hacia el camino que mil veces transité y lo recordaba de memoria, pero otra sorpresa me esperaba, no lo encontré, no sabía como llegar al arroyo. Vi a una persona y le pregunté como debía hacer para llegar al riacho y me dijo, vaya por allí, la propietaria de esa casa permitió que se haga un caminito por su terreno para llegar.
Así lo hice y en un segundo vi mi arroyo, pero la casa del vasco Garayoa no estaba mas  o la habían cambiado, el montecito que lo seguía ya no existía estaba lleno de casas. Mas adelante según mis cálculos, luego del primer puentecito estaba la casa de mi tío (sobreviviente de la primera guerra mundial) pero tuve que hacer un gran esfuerzo para reconocerla y solo lo hice por una ventanita del costado.
En definitiva, mi arroyo ya no era mi arroyo era el mismo pero era otro. Nuevas casas, otras que ya no estaban o yo no las veía porque estaban tapadas por las malezas.
El corazón me latía a mil, estaba llegando a mi casa, La Estrella, si yo ya estaba golpeado, al ver en que la habían transformado sentí un cross a la mandíbula, uno de esos que pegaba Monzón.
A la distancia vi a una mujer, me dirigí a ella y cuando llegue ya no estaba. Golpee las manos como para anunciarme y no aparecía. Recién al cabo de un rato de insistir, la mujer bajó las escaleras y se acerco a donde yo estaba.
Me presenté, le dije quien era, donde vivía y hasta le nombré a los antiguos propietarios de su casa. Recién allí, se abrió un poco. De los vecinos que yo conocía solo quedaba la hija de uno de ellos, más grande que yo pero que en mi juventud estaba bastante apetecible.
Agradeciéndole a  la señora seguí mi camino, y así llegué luego de atravesar el segundo montecito, que aún conservaba sus características, a la que fuera la casa del viejo Vale.
Las malezas tapaban lo poco que quedaba de ella, eran casi de mi altura, un árbol caído impedía la entrada, solo podía ver la parte alta de lo que fuera la casa. Faltaban las ventanas y la escalera. Quise acercarme un poco mas adentro pero una enredadera con espinas me impidió el paso.
Sin darme cuenta, siento algo frío que me rosa la mano, la verdad, me estremeció, en un instante se me juntó el aspecto fantasmal de la casa convertida en tapera, el dolor que me produjeron los pinches de la enredadera y el frío que rozó mi mano.
Los vecinos que ya no están, las casas desaparecidas y solo la presencia de un perro con su fría nariz  me trajo a la realidad… ya había cerrado el círculo. Como siempre el último afecto, un perro isleño, de esos que son de todos los vecinos y no son de nadie en particular, de los que como nosotros nadie sabe de donde viene ni hacia donde va.
Pero pensándolo bien…¿habré cerrado el circulo?
                                           
                                                  Edgardo

lunes, 7 de noviembre de 2011

Palabras pa no olvidar

Mi tumba no anden buscando
Porque no la encontrarán
Mis manos son las que van
entre otras manos tirando
Mi voz la que está gritando
Mi sueño el que vive entero
Y sepan que solo muero
Si ustedes van aflojando
Porque el que vivió peleando
Vive en cada compañero



viernes, 4 de noviembre de 2011

El Pata Pata


Realizando un poco de limpieza, encontré la caja que hace un tiempo por propio decreto  la categorize como desaparecida, levanté la tapa y ahí estaba, justo un día antes de mi cumpleaños 65, increíble.
La cara del tío Martín de estatura pequeña, un hombre gigante en mis recuerdos,  que se trabó en lucha con mi viejo por hacerme simpatizante de la camiseta contraria, pero claro a pesar de los esfuerzos ganó mi viejo con la amenaza en los labios.
El tío que me enseñó como se trata a las mujeres, antes y después de lo que ya sabemos. El mismo que pasó noches  enteras intentando meter en mi cabeza porque había que tirar talco para bailar el pata-pata. Y si, ahí estaba con su hija Adriana realizando los mismos movimientos que hasta hace poco me los inculcaba y obviamente yo no me podía perder ese momento.
Resulta extraño pero agradable saber que una imagen realiza un recorrido fantástico por mi vida, ahora en el momento de mi retiro, del descanso merecido, luego de formar una base para mis hijos.
Sinceramente me encuentro con sentimientos encontrados en este momento de mi existencia, siento que ya culminó y al mismo tiempo comienza. No se bien que hacer, esta imagen en blanco y negro pero con mucho color en mi recuerdo, si hasta tengo presente el pantalón marrón tornasolado en amarillo me quedo grabado, decido tomar la agenda llamar a cada número que se encuentra en ella  y salir corriendo a esas farmacias que ahora simulan un Shopping pequeño, saco la billetera y con el comprobante en mi mano cancelo los 10 frascos de talco, para volver a festejar……….Pero antes claro.. a comprar el ultimo Long Play de Miriam Makeva.
                                                                                                                          emanuel gonzalez