sábado, 5 de enero de 2013

El Tempe argentino


Autor: Marcos Sastre. Nacido en  Montevideo 2 de octubre de 1808 y fallecido en Buenos Aires el 15 de febrero de 1887.
Era una hermosa tarde de verano, en uno de los arroyos más frondosos de nuestro Tempe, donde todavía la naturaleza no había sido despojada de sus inimitables atavíos. El río rebosaba, precipitándose por los arroyuelos a refrescar el seno de las islas. Los árboles con sus frutos y las lianas con sus flores, vivamente retratados en el agua, añadían a la natural belleza del arroyo el nuevo atractivo que se encuentra siempre en la armonía de las formas gemelas.
¡Qué banquete tan espléndido el que la naturaleza ofrecía a todos los vivientes, en aquellas frutas delicadas, de las más apetecidas en todo el mundo, derramadas allí con profusión!
Bosques interminables de durazneros silvestres orillan los canales, encorvándose hasta el agua, cargados de melocotones maduros que no ceden en tamaño, en sabor, en fragancia ni en colorido, a las más peregrinas variedades obtenidas por el cultivo.
Los costeros, los carapachayos, y todos los que viven o se ocupan en las islas, hombres, mujeres y niños, en fin, todos los que tienen una pequeña barca, todos suspenden sus habituales trabajos, para aprovecharse de esta cosecha gratuita e inagotable. Se emplean millares de embarcaciones en el transporte de los duraznos a los pueblos de las costas del Plata, del Paraná y del Uruguay. Durante los dos meses de la temporada de la fruta el canal de la villa de San Fernando se convierte en una feria incesante, donde día por día entran numerosos cargamentos de duraznos, y salen centenares de carretas y carros que llevan a granel la sazonada fruta para la ciudad de Buenos Aires y toda la campaña. Y a pesar de este inmenso consumo, suele ser tan excesiva la abundancia, que a veces, en el puerto no vale más de medio peso fuerte toda la cantidad de melocotones que puede cargar un hombre.
También nosotros habíamos escogido algunos de los más hermosos en los duraznales del Tempe Argentino y tratábamos de regresar, aprovechando la bajante y la frescura de la noche. Al ponerse el sol emprendimos nuestra marcha. Liviana la canoa, y diestro el remero, pronto empezamos a dejar atrás todos los barcos que cargados de fruta, de borda a borda, se dirigían al canal como nosotros.

El escritor Marcos Sastre retrataba magistralmente, en su libro el Tempe Argentino a las islas del Delta del Paraná.
Hoy a muchos años de distancia, ya las lanchas no navegan cargadas de perfumadas frutas n en sus ríos los bagres, bogas, pacues y alguno que otro doradillo no pueblen sus ríos y arroyos.
El llamado popularmente Tigre cambió en muchísimos casos para bien pero en otros no tanto. Es un Tigre for sport, paquete, ya no están los isleños que colonizaron el lugar, desaparecieron la mayorías de los campos de recreo para dar lugar a lujosas hosterías.
Pero aún se conserva ese misterio del atardecer isleño, con su calma imperante, que da lugar a la reflexión tranquila y serena que no es posible en otros lares. Aún se conserva intacta la esperanza que en el viejo canal las lanchas y canoas vuelvan a llevar la hermosa y vital fruta isleña hoy perdida en la niebla del olvido.